sexta-feira, 28 de dezembro de 2018

Enrique Vila-Matas, "Doutor Pasavento", Editorial Teorema, 2005 (I)

Nota prévia: A edição portuguesa deste livro (que não é nada barato - 25,50€, com 10% de desconto -, apesar da tradução ter tido o «apoio da Direcção-Geral do Livro, Arquivos e Bibliotecas do Ministério da Cultura de Espanha») é o livro mais terrivelmente traduzido e revisto que eu me lembro de ter lido nos últimos anos: palavras não traduzidas (a mesma palavra num sítio não, noutro já sim), palavras (e até frases) a menos, palavras "traduzidas" de forma profundamente errada (que inclui até mudanças sem sentido da conjugação dos verbos), erros de ortografia, gralhas sem fim, etc., etc. Uma autêntica galeria de horrores! Por isso, tendo gostado muito do livro e por respeito ao autor, pus as citações na língua original, embora com as páginas da edição portuguesa.

(p.32)
«(...) ¿Y yo a quién me parezco? Pues seguramente tengo algo de equilibrista que, en una alameda del fin del mundo, está paseando por la línea del abismo. Y creo que me muevo como un explorador que avanza en el vacío. No sé, trabajo en tinieblas y todo es misterioso. Sólo sé que me fascina escribir sobre el misterio de que exista el misterio de la existencia del mundo, porque adoro la aventura que hay en todo texto que uno pone en marcha, porque adoro el abismo, el misterio mismo, y adoro, además, esa línea de sombra que, al cruzarla, va a parar al territorio de lo desconocido, un espacio en el que de pronto todo nos resulta muy extraño, sobre todo cuando vemos que, como si estuviéramos en el estadio infantil del lenguaje, nos toca volver a aprenderlo todo, aunque con la diferencia de que, de niños, todo nos parecía que podíamos estudiarlo y entenderlo, mientras que en la edad de la línea de sombra vemos que el bosque de nuestras dudas no se aclarará nunca y que, además, lo que a partir de entonces vamos a encontrar sólo serán sombras y tiniebla y muchas preguntas.
(...)
Yo soy amigo de la tenebrosa línea de sombra de estos años de ahora en los que todo por fin se nos ha vuelto incomprensible y, cuando nos hablan del mundo, no sabemos ya de qué se trata y sentimos que precisamente todo eso podría ser el comienzo de algo que podría tenernos muy entretenidos, tal vez obsesionados, por un largo periodo de tiempo, aunque, eso sí, siempre con nosotros estupefactos, sin entender nada, sin saber de qué trata todo este maldito embrollo de la vida, la muerte y otras zarandajas, sin una sola idea válida para comprender el mundo, y ya no digamos para comprender Siria.»


(p.62)
«Tal vez ya sea hora de que me mueva de una forma diferente de la de los últimos días, tal vez ya llegó la hora de que me mueva indistintamente entre el confinamiento y el vagabundeo, aunque cuanto más llevo encerrado aquí, más libre me siento, pero precisamente por eso, porque la libertad tiene su veneno, creo que necesito la confusión y el extravío que pueden llegarme de la prisión en la que se me convierte el mundo cuando vagabundeo.»


(p.74)
«Y, además, no tenía por qué dejarme ver demasiado. Me encerraría en un cuarto de hotel, con mi identidad convertida en un hueco vacío. Y en ese cuarto, por ocupar mi tiempo en algo (los días son muy largos) y a la espera de ver si yo era o no buscado, me pondría a escribir con cierta minuciosidad —con la lentitud que da el lápiz y sintiendo que éste me acerca más que una pluma a la idea de eclipse— la historia de mi viaje a Sevilla, la historia de mi desaparición. Por ocupar mi tiempo en algo, he dicho. Pero sobre todo porque escribir constituye mi única posibilidad de existencia interior.»


(p.106)
«(...) unas declaraciones del cineasta Godard en las que decía que le gustaba entrar en las salas de cine sin saber a qué hora había empezado la película, entrar al azar en cualquier secuencia, y marcharse antes de que la película hubiera terminado. Seguramente Godard no creía en los argumentos. Y posiblemente tenía razón. No estaba nada claro que cualquier fragmento de nuestra vida fuera precisamente una historia cerrada, con un argumento, con principio y con final.
El punto y aparte era algo intrínseco a la literatura, pero no a la novela de nuestra vida. A él le parecía que cuando escribimos, forzamos el destino hacia unos objetivos determinados. «La literatura», me dijo, «consiste en dar a la trama de la vida una lógica que no tiene. A mí me parece que la vida no tiene trama, se la ponemos nosotros, que inventamos la literatura.» Pensé que seguramente estaba muy de acuerdo con él y con sus sensatas palabras. (...) El viaje, por poner ahora un ejemplo casi evidente, resultó ser en la antigüedad la trama ideal, porque descubrieron que si algo tenía un comienzo y un final, ese algo era el viaje. Entonces no se sabía todavía lo que era contar una historia, pero sí perfectamente qué era un viaje. Los viajes tenían un comienzo y un final. Eso ponía un orden a las cosas si uno quería contar una historia y acotarla de forma que empezara y terminara. Por eso seguramente la Odisea, con su recuento de un viaje, es una de las primeras historias que se contaron. Hoy sabemos que cualquier persona que sale de viaje puede repetir la experiencia de Ulises, salvo que haya decidido no regresar nunca a casa. En el momento de salir el avión, siempre se pone en marcha una historia que tendrá un final al regresar a casa, salvo que hayamos entrado en esa fuga sin fin de la que hablaba Roth. Pero, ahora bien, ¿en qué momento realmente empezó esa historia? ¿Fue al facturar la maleta o cuando paramos un taxi para ir al aeropuerto o cuando la azafata nos sonrió al darnos los periódicos o cuando, diez años antes, comenzamos a soñar en ese viaje o bien cuando nos dormimos durante el vuelo y soñamos que no volábamos?
(...) dado que la vida es un tejido continuo y dado que cualquier principio es arbitrario, una narración puede empezar en un momento cualquiera, por la mitad de un diálogo, por ejemplo. (...) Y es curioso porque entramos en algo que no sabemos cómo ha empezado y que, sin embargo, entendemos inmediatamente, aunque al mismo tiempo no podemos decir que lo entendamos demasiado, ya no sólo porque no entendemos nada del mundo, sino porque, además, tenemos la impresión de habernos adentrado en una película de la que nos faltan las primeras secuencias o, si se prefiere, de habernos adentrado en un libro del que nos faltaría la primera página.»


(p.138)
«(...) El relato de Svevo, una amarga fábula con el mito de Fausto de fondo, ya lo conocía yo. Es la historia de un anciano —un viejo salvaje podríamos llamarlo— que está a punto de acostarse junto a su vieja esposa, que ya duerme y ronca. Mientras se desviste, piensa que es medianoche, la hora en la que podría presentársele Mefistófeles y proponerle el antiguo pacto, y piensa que estaría dispuesto a hacerlo y a cederle su alma, de no ser porque no se le ocurre qué pedirle a cambio: la juventud no, que es insensata y cruel, si bien la vejez es intolerable; tampoco la inmortalidad, porque la vida es insoportable, aunque tal conclusión no mitigue la angustia de la muerte. El anciano, entonces, se da cuenta de que no tiene nada que pedir al diablo y se imagina el embarazo del pobre Mefistófeles, representante de una empresa que no tiene nada atractivo que ofrecer. Al imaginarse al pobre Diablo rascándose la cabeza en el infierno, estalla en una carcajada, a la vez que entra en la cama, donde su mujer, medio desvelada por la risa, le murmura entre sueños: «Feliz tú que a esta hora de la noche tienes ganas de reír.» En este relato de Svevo, al igual que en el cuento del pueblo donde nevaba por primera vez, veía Morante la conclusión de que el dolor más intenso no era la infelicidad, sino la incapacidad de tender hacia la felicidad. Aquella carcajada del anciano, que en realidad ocultaba con ironía la desesperación de quien ya nada espera, era para Morante la última playa.»


(p.143)
«En el pasado rompí con más de un amigo precisamente porque me recordaba el pasado. Consciente de que mi personalidad juvenil había sido horrible, terminé con más de un amigo o amiga de aquella época para no sentirme ni un minuto más ligado a una realidad miserable de los días del ayer que tanto me horrorizaban. Ni una fotografía podía ni puedo soportar de aquellos tiempos. (...) Si de algo me he refugiado en París es de los embates de Morante, que de pronto en Nápoles, ante mis horrorizados ojos, se convirtió en el voceador de mi pasado, se convirtió en el más serio obstáculo para que yo fuera otro y pudiera cambiar de vida y obra, pudiera escribir sobre cómo iba poco a poco desapareciendo para luego, en el momento oportuno, intentar desaparecer del todo, lo más difícil de cuanto me proponía, pues no había que olvidar que si alguien de verdad quiere ir más allá de su obra, primero debe ir más allá de su vida y desaparecer, lo cual es ante todo muy poético, pero también muy arriesgado, que es lo que debe ser en el fondo la poesía o cualquier desaparición total y verdadera: puro riesgo.»


(p.149)
«(...) Nadie me buscaba y, además, no tenía a nadie en el mundo. O, mejor dicho, tenía a la soledad, tal vez la mejor acompañante. Recordé una canción que cantaba Serge Reggiani y que había yo escuchado mil veces en un bar francés del Bronx: «Je ne suis jamais seul avec ma solitude.» (...)»


(p.153)
«(...) Salió de mí entonces un torrente brutal de palabras. «Deje de hablar, si quiere que le escuche», me interrumpió.»


(p.189)
«(...) pero se planteó un problema que otras personas se plantean también al despertar. ¿Qué sería de cada uno de nosotros sin su memoria? La de cada uno es una memoria superflua, pensó, pero al mismo tiempo esencial. No es necesario, siguió pensando, que para ser quien soy tenga que recordar, por ejemplo, que he vivido en Barcelona, Nueva York, Malibú y Nápoles. Y, sin embargo, al mismo tiempo, yo tengo que sentir que no soy el que fui en esos lugares, que soy otro. Ése es el problema que nunca podremos resolver, el problema de la identidad cambiante.
Pensó todo esto y luego recordó a San Pablo que dijo que moría cada día y a Borges, que, comentando esa frase, dijo que no era en modo alguno una expresiónpatética: «La verdad es que morimos cada día y que nacemos cada día. Estamos continuamente naciendo y muriendo. Por eso el problema del tiempo nos toca más que los otros problemas metafísicos. Porque los otros son abstractos. El del tiempo es nuestro problema. ¿Quién soy yo? ¿Quién es cada uno de nosotros?»


(p.191)
«(...) ambos son seres totalmente incapacitados para encajar en el orden inmoral y político predominante, porque no poseen ninguna de las cualidades apreciadas por ese orden, y además ellos desean mantenerse aparte.(...)»


(p.192)
«(...) para el personaje de Walser lo importante es someterse lo suficiente como para apenas ser visto y así poder desaparecer diluyéndose por las grietas del orden establecido.»


(p.195)
«No me pareció que aquello pudiera ser tan sólo un azar. ¿Era puramente casual que llevara días obsesionado más que nunca con Walser y de repente en mi correo electrónico surgiera la posibilidad de acercarme a Herisau, mi Patagonia personal? No había aún terminado de leer aquel email de Yvette y ya era consciente de que se escondía allí una de aquellas señales que desde mi primera estancia en la rue Vaneau me mandaba el mundo exterior y que sentía yo que debía seguir ciegamente, aun cuando no supiera a ciencia cierta si me estaban dando la oportunidad de cambiar de vida o, por el contrario, sin contar conmigo, trataban de reforzar un destino con las cartas marcadas.»

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